Huaca, seres mágicos y
conocimiento
por Santiago Meilán
En las tradiciones
religiosas de los Andes existen las huaca, que de alguna u otra
manera son una presencia que contradice la idea de continuidad
unidireccional que va de la vida hacia la muerte, del caos al orden,
de lo salvaje a lo doméstico: en un principio, los astros, el agua,
las rocas, las huaca mismas eran humanos. Aquí hablamos de la
discontinuidad del saber andino y la ciencia moderna
Movimiento explicativo y a la
vez centrífugo de todo animismo, el conocimiento humano de los
materiales, de la materia, a diferencia del que se tiene de las
huacas, no es una proyección, sino una introyección, un
conocimiento profundo e intuitivo de la constitución inorgánica de
lo orgánico, estado a lo que lo animado regresa. Las huaca, objeto
de adoración por las civilizaciones prehispánicas, no obstante, no
tienen una génesis precisa, simplemente son presencias de alguna
manera tabuadas, estáticas. Diferentes a los demás elementos del
entorno como son las wara, los huaico, los apu, determinados por una
dinámica de la que las huaca parecen ajenas. Para el habitante
americano, el hombre y todos los demás componentes de la naturaleza
son un elemento más de ella, o mejor, existiendo desde el inicio,
regresan a ella como un material de la dinámica cósmica.
En el mundo andino se está
siempre lejos de considerar el animismo, lo dotado de vida autónoma,
con candidez. Una noción velada al interés de la ciencia moderna,
que la tienta desde hace mucho tiempo
en favor de una ruptura final y desintegración de la idea de
objetivismo, la que desde su fundamento le impide considerar el
conocimiento pretendidamente animista, rabajándolo a un estado
precientífico; porque la ciencia positiva en su asepsia necesita la
negación de la conciencia de la contingencia humana, buscando
reducir al máximo la imprevisibilidad con la que caracteriza a lo
vivo.
Formulaciones de una ciencia
primitiva, pero no por ello “precientífica”, donde las huaca
juegan su papel, pueden estudiarse en la arquitectura precolombina,
en los desarrollos agrícolas, en el conocimiento de la tierra en
tanto kaypacha, lo terrenal, donde del mismo modo aquello que se
niega en todo conocimiento científico positivo, es decir, el sujeto
de conocimiento que se halla implicado, es por necesidad también una
existencia imprevisible. Vemos en ello una necesaria negación del
antropocentrismo, una discontinuidad, entre las vertientes, y entre
el objeto de estudio y el sujeto que no ya lo estudia, sino con el
que convive, comparte y atraviesa el chispazo que dura su paso por
ese plano terrenal. A la vez, vemos esa continuidad/discontinuidad,
como decíamos, cuando el hombre es la medida de todas las cosas,
cuando el mundo material se divide en orgánico e inorgánico, y a la
vez cuando lo biológico está compuesto también por materia
inorgánica organizada de tal modo que resulta algo semejante a
organismo, como las huacas; lo vemos en las fábulas, cuando los
animales hablan (Leroi-Gourhan, 1971, 215) y aunque no hablen, la
continuidad sigue en la domesticación, cuando sin aquella sería
absolutamente imposible hacer abandonar el salvajismo de algunas
especies, adaptar una especie a un fitosistema, es decir, mejorar un
sistema digestivo del ganado sin utilización de laboratorios
geneticos. Y lo vemos finalmente en la humanización de la naturaleza
salvaje como también en el “animismo precientífico” presente en
la explicación suficiente de lo desconocido.
En Argentina contamos con un
trabajo de Elena Bossi muy importante, el de los Seres
mágicos que habitan la Argentina.
En él, Bossi recupera tal vez la tradición más completa en torno a
un número pequeño de seres mitológicos locales, es cierto, y en el
que sin embargo no se limita a mencionar los aspectos conocidos de
sus respectivas leyendas, sino que después de un trabajo exhaustivo,
da la profundidad merecida a los seres que allí refiere. Podría
pasar por un libro infantil, pero creemos que se trata más bien de
un trabajo de cosmovisión telúrica.
Por ello terminaremos con la
narración de algunos de esos seres, que aquí ascienden al rango de
explicación popular de temas que la ciencia, en especial relación
con las técnicas agrícolas, aún no colonizó con sus
explicaciones:
Primero el ucumar, es un oso
que vive en zonas altas del norte argentino, no es un ser mitológico,
el ucumar existe como especie, y son sus costumbres las que lo unen
al humano, puntualmente su obsesiva costumbre de raptar ganado, no
con el fin de sacrificarlo, sino para esclavizarlo con sus cuidados:
los alimenta, los lava, los transporta. El mito habla de la misma
costumbre ejercida contra humanos, a quienes atemoriza cuando se les
aparece, observándolos y peinándose con sus garras.
En segundo lugar, la mulánima,
de la que desconocemos narraciones en primera persona, pero que según
cuentan, se trataría de una mujer perdida que busca a sus hijos
bastardos, concebidos con el cura del pueblo. Sale de noche, ataca a
las mujeres en primer lugar, y también, al ganado.
Luego, un ser doble: el duende
y el coquena. Unidos en algún punto por su aspecto y por sus
carácteres irreverentes; en realidad sus indisciplinas logra
ahuyentar de peligros tanto a los humanos como al ganado. En su
versión de Coquena, es directamente defensor de arreos, pero ambos
provienen de distintos orígenes, el duende es un no nato, el Coquena
es un humano que ha sido engañado y al que le han robado sus cabras
(llamas) y por eso cuida los lugares de pastoreo.
Como las huacas, como el mal
aire, esas presencias sin cronología ni historia, se asientan en el
lugar en que la ciencia occidental no logra borrar del todo a su
sujeto humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario